Jenny Barnes y las 45 gemelas - trusolismo

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MoJenny Rules the World|Core+Dunwich+Edge|Beginner Deck Guid 660 447 17 1.0
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Duetas · 7

Jenny Barnes avanzaba por Arkham como quien camina dentro de un sueño febril. La neblina se arremolinaba entre los callejones, susurrando nombres que no deberían pronunciarse. Ajustó su abrigo de cuero, encendió la linterna y comprobó el peso frío de su Derringer del .41 antes de continuar. Desde la última carta de Isabelle, Jenny había aprendido a no confiar en nada… ni en nadie, su gran amigo Leo de Luca era la excepción. Pero aquella noche estaba sola. Y lo sabía demasiado bien.

El eco de sus pasos la guiaba hacia un edificio abandonado en French Hill. Entre las sombras, la superficie mojada reflejaba destellos que parecían ojos. Jenny respiró hondo, buscando calma en lo más profundo de sí, invocando el temple de alguien curtido en la vida y el conocimiento fragmentado adquirido en sus estudios arcanos clandestinos. El rastro de Isabelle siempre parecía desvanecerse a un paso de alcanzarlo.

En un rincón, una tabla cayó al suelo. Jenny casi se desequilibró.

—Ups… —susurró con una sonrisa amarga. El golpe reveló un pequeño compartimento oculto. —Mira lo que he encontrado… Una llave oxidada. El símbolo tallado en ella le heló la sangre.

Un murmullo reptó por el pasillo. Una criatura se dejó ver: piel pálida, ojos vacíos, un movimiento imposible. Jenny alzó el arma, sus manos tensas, pero firmes. Invocó agallas, tensó su cuerpo con una destreza manual casi automática y dejó que un instinto feroz guiara el disparo. Duke no estaba allí para ayudarla —eso dolía más que cualquier herida—, pero su reacción rápida la apartó justo a tiempo para esquivar el primer zarpazo.

Retirándose unos pasos, consultó la oscuridad con la linterna, intentando leer los movimientos del ser con su afinada percepción. El monstruo avanzó. Jenny gritó algo entre rabia y miedo y descargó un último ataque alimentado por su dominar, un impulso de voluntad explosiva que no sabía que tenía.

Cuando el cadáver se derrumbó, Jenny tembló. No por la criatura. Por lo que sintió dentro de sí: el eco de una grieta. Lo había sentido antes. Desde que aquella carta llegó.

Un susurro desgarró su mente como viento atravesando ventanas rotas. Roto por las pesadillas. Jenny apretó los dientes. No tenía tiempo para quebrarse. Sacó su alijo de emergencia, tomó aire y se apoyó en la pared. Pensó en Isabelle. En la última vez que la vio. En la promesa silenciosa que había hecho al abrir aquella carta: “Te encontraré, Izzy”.

El pasillo final mostraba un símbolo pintado con un rojo casi orgánico. Jenny acarició la pata de conejo, buscando un vestigio de fortuna. Y entonces, como si la noche quisiera burlarse de ella, una criatura emergió del círculo con una violencia inhumana.

Dio un paso atrás, tanteó su bandolera y sacó las .45 gemelas de Jenny. No pensó. No rezó. No dudó.

Disparó.

La criatura cayó en un ángulo imposible, como si su cuerpo no supiera obedecer a la gravedad. La linterna chisporroteó. La llave en su mano pareció vibrar.

Jenny avanzó hacia la puerta marcada. La abrió. Y la oscuridad, viva y expectante, la recibió con un susurro que llevaba el eco de la voz de Isabelle.

—No puedes estar aquí… —murmuró la voz, desde una profundidad insondable.

Jenny apretó los ojos, sintiendo cómo el miedo y el amor se enredaban en su pecho como serpientes.

—He venido por ti —susurró ella, temblando.

La oscuridad respondió… con un suspiro que no pertenecía a ningún ser humano.

Y Jenny comprendió, demasiado tarde, que no estaba buscando a su hermana. Estaba siguiendo su rastro hacia aquello que, quizás, la había devorado.

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